6 sept 2008

Oriente avaza.


Por muy romántica que pueda parecernos la idea clásica del harén del sultán, con mujeres misteriosas envueltas en velos de colores, danzas, olores, música... hay que ser consciente de que se trataba de una forma de explotación de la mujer, cuyo objetivo primordial era complacer a un sólo hombre o parir hijos.



Hoy día persisten formas milenarias de aplastamiento y explotación de la mujer, y por desgracias surgen formas modernas de subyugar a mujeres y niñas.

Marruecos, su monarca, ha hecho algo al respecto.
Ni Mohamed V ni Hassán II renunciaron al emblema más significativo de los sultanes del siglo XIX: el harén. Quizás por ello hasta los escépticos más recalcitrantes han saludado con alborozo el matrimonio público de Mohamed VI con la ya princesa Lala Salma.«Revolución», fue el titular más repetido, y no sólo por el hecho de que Palacio mostrara el rostro de Salma Bennani. A raíz de los esponsales, la prensa local se ha atrevido a confirmar un rumor que persistía desde el inicio de este reinado: el monarca ha disuelto el harén palaciego poniendo fin a una «de sus más viejas tradiciones, que construyó el mito y el misterio del sistema», dice Asan Alaoui, director de la publicación Economie & Entreprises.

«Palacio ha autorizado a todas las compañeras del difunto Hassán II a abandonar la corte real. Hoy viven apaciblemente en la sociedad, después de haber pasado decenas de años en un medio aislado con escaso o nulo contacto con el mundo exterior», precisaba la citada publicación financiera.

Según revelaba, el 25 de marzo, la revista Jeune Afrique, la determinación de liquidar el harén fue «una de las primeras decisiones del soberano». «Con tacto y dulzura», añade, había que desprenderse de «esta parte embarazosa de la herencia. Las concubinas fueron alejadas discretamente del palacio de Rabat y realojadas en villas o apartamentos, al tiempo que se les otorgaba una pensión». Una versión que confirma el periodista francés Jean Pierre Tuquoi, autor del libro El último rey, quien, sin embargo, asegura que varias han regresado al Palacio porque no se acomodaban a su nueva vida.

«Ha sido una decisión que no se ha recibido bien en el corazón del palacio por el Majzen (el entramado de poder que rodea al monarca) y, por supuesto, que no ha gustado a las propias concubinas», explica el historiador y sociólogo Mohammed Ennaji, que publicó Soldados, Sirvientes y Concubinas. La esclavitud en Marruecos en el siglo XIX.

Cuenta Tuquoi que Hassán II se había rodeado de una veintena de concubinas y otras 40 sirvientas. «Aunque la frontera era difusa: si se encaprichaba de una sirvienta, pasaba a ser concubina».Malika Ufkir incrementa el número de esposas a la cuarentena.Ambos coinciden en que el soberano continuó aumentando su harén hasta la década de los 70 u 80. A éstas había que añadir las varias decenas que heredó de su padre, Mohamed V, que hasta ahora también vivían en el palacio de Rabat, aunque en un edificio especialmente erigido para ellas por Hassán II.

El recinto real de Rabat es, en realidad, un complejo enorme donde el abuelo de Mohamed VI construyó dos residencias especiales para sus favoritas: Lala Abla, la madre de Hassán II, y Lala Bahia. Hassán II hizo lo propio y en el edificio de cinco plantas que habilitó como su domicilio reservó dos pisos para sus mujeres.

Cada una disponía de un estudio. «Todos eran idénticos: una cocina, un pasillo con pequeños sillones, un baño coqueto y un salón donde por la noche las concubinas extendían un colchón para dormir», relata Tuquoi. Y todos decorados con fotos de Hassán II. Las mismas que debían portar cuando seguían al rey en sus desplazamientos.

«Repleto de mujeres que deambulaban con gracia arrastrando las largas colas brillantes de sus caftanes (el traje tradicional marroquí). Una verdadera pajarería de aves exóticas, tanto por la diversidad de colores como por el parloteo incesante», así define Ufkir el harén de Mohamed V. Habitaciones trufadas de balcones, de mármol blanco, de salas de baño donde féminas como Lala Bahia pasaban horas incontables, calzado apilado en las puertas (caminaban descalzas por un suelo cubierto de alfombras), almacenes repletos de vestidos, sándalo e incienso, cinturones de oro, collares y piedras preciosas...

En el universo de las concubinas existía también una jerarquía cuyo estrato más elevado lo ocupaban las denominadas moulet nouba (expresión árabe que traducida literalmente significa «a las que les ha llegado el turno»). Las favoritas eran consideradas como esposas sin hijos. «No tenían el derecho a procrear. Sólo la esposa del rey le daba herederos», dice Ufkir. La especialización de estas muchachas, que en su mayoría no habían superado la adolescencia, alcanzaba ribetes singulares. Una se dedicaba exclusivamente a vestir al monarca con su chilaba blanca los días de fiesta; otra, a lavarlo con perfumes y jabones; una más le esparcía el sándalo; había una responsable de las «llaves del exterior» y hasta una secretaria personal, Farida, que después acabó envuelta en un turbio asunto de robo de cheques.


«Dicen que el rey [Mohamed VI] dio a estas chicas la posibilidad de quedarse o de irse a su pueblo. A todas se les ha garantizado una pensión vitalicia y una vivienda, aunque también es cierto que se las ha indemnizado según la categoría que tenían en Palacio.

Pero muchas se sienten perdidas en ese mundo exterior, con una vida dura y hostil que habían abandonado hace ya muchos años», ratifica Fatma, una mujer que frecuentó ese recinto vedado de la corte.

El harén era, en definitiva, un entramado de resabios medievales incompatible con el perfil moderno de la nueva esposa del monarca.




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